lunes, 9 de noviembre de 2009

Virgenes y cristos.


Cristo crucificado.

Goya sentía grandes deseos de ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, la institución artística más importante en el momento en España. Para solicitar ese ingreso presentó a los miembros este Cristo Crucificado en 1780, para que su pintura fuese sometida al insigne juicio de los académicos. Todos ellos alabaron la obra de Goya, siendo admitido como miembro de Mérito por unanimidad. El pintor emplea el modelo iconográfico definido por Pacheco en el Barroco: el Cristo de cuatro clavos con los pies encima de un supedáneo y con una tablilla sobre la cruz que contiene la inscripción en tres lenguas. Su inspiración más inmediata es el Cristo de Mengs ya que ambos tienen una postura similar, con una pierna avanzada, eligiendo el momento en el que Cristo alza su mirada al cielo. También existen ecos de Velázquez al recortar la figura sobre un fondo neutro muy oscuro, dando un fogonazo de luz que sugiere que la luminosidad parte de la propia figura. Además, el bello desnudo de Jesús no deja de ser un estudio académico muy apreciado en la época. Con todas estas referencias es muy lógico que la obra fuese admirada por los académicos de la Real de San Fernando. Goya demuestra su excelente faceta como dibujante al realizar una anatomía perfecta, muy idealizada; en el rostro la factura se hace más suelta, trabajando con pinceladas rápidas y vibrantes que otorgan una excelente expresión de humanidad a la imagen. Incluso el hecho de apenas colocar sangre hace más bello este Cristo.



Aparición de la Virgen del Pilar a Santiago.


La pintura que contemplamos, ejecutada posiblemente después del segundo viaje del pintor a Madrid (1766-1769?), manifiesta dos componentes básicos: "monumentalidad de la forma y libertad de tratamiento. (...) La arquitectura compositiva se basa en la superposición dinámica de una serie de contrastes de claroscuro y, a la vez, de proximidad o lejanía. Mediante las nubes y los grupos de figuras Goya establece ritmos alternos ascendentes de gran belleza. Hay que llamar la atención sobre la calidad táctil de las figuras de primer término con sus mantos, cuya forma y textura alude todavía a la compleja caligrafía que señalamos como factor característico de las pinturas de Fuendetodos. La seguridad de Goya le permite resolver con la mayor economía de medios, los grupos de figuras animadas por vivas luces y colores. Estas obras -se refiere Gudiol también a su pareja- contienen ya el embrión que se vivifica en la decoración mural del Coreto del Pilar, apartándose de lo académico por el abundante uso de lo impreciso, así como por las deformaciones expresivas, recurso al que no escapa ni siquiera el rostro de la Virgen".
Morales y Marín, en su obra Goya, pintor religioso, bajo el epígrafe de obras autógrafas, incluye el cuadro que referenciamos, manifestando al respecto que "en su factura ha desaparecido parte de la huella «luzanesca» para ser reemplazada por la impronta de Francisco Bayeu y Subías (1734-1795), aclarando tintas con una mayor luminosidad y desuniendo la pincelada desde un criterio más bocetístico, al mismo tiempo que se amplía el sentido espacial, tal y como llevará a consecuencias más extremas en la decoración de Aula Dei".

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