lunes, 9 de noviembre de 2009

Profesiones.



El médico.




Goya será uno de los pintores que más se preocupan por mostrar en sus cuadros las diferentes luces de las estaciones del año, anticipándose al Impresionismo. En El médico situa la escena en el anochecer de un día invernal, iluminando las figuras con la luz procedente del brasero, de la misma manera que había hecho la escuela veneciana, especialmente Bassano o Tintoretto.La obra estaba destinada al antedormitorio de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo y fue valorada por el maestro en 1.000 reales de vellón. La capa roja del doctor es la gran protagonista de esta imagen ya que su fuerte colorido atrae rapidamente la mirada del espectador. Después contemplamos a su propietario, el médico que se calienta las manos; tras él aparecen dos jóvenes identificados como dos estudiantes. Siguiendo la tradicional escuela española del Barroco, Goya nos ofrece un excelente bodegón con unos libros y el broncineo brasero en el que las brasas ardientes también solicitan nuestra atención.El paisaje, muy esquemático, es empleado para cerrar la composición, que se organiza a través de planos en profundidad. El colorido es algo limitado, destacando la mancha roja de la capa y el blanco de los libros y cuellos, así como los brillos del brasero. La pincelada aplicada por el maestro demuestra la soltura que está alcanzando en estos encargos, de los que ya se siente un poco cansado.




El afilador.




Cuando Josefa Bayeu falleció en 1812 se realizó un inventario de los bienes de la familia, incluyendo los cuadros de la casa y del estudio. La Aguadora y el Afilador se identifican casi con total seguridad con el número 13, valorado en 300 reales. En ambas imágenes Goya quiere homenajear a sus paisanos por el valor y la resistencia ante el ejército francés. La figura del afilador sería de vital importancia para una lucha en la que se empleaban navajas y cuchillos frente a las mejor armadas y pertrechadas tropas de Napoleón. Goya nos lo presenta sin ninguna idealización, en mangas de camisa y con el pecho descubierto. Se inclina ante la rueda de afilar, transportada en una especie de carretilla que incluye un pequeño depósito de agua para enfriar la piedra. Levanta la vista de su trabajo para observar al espectador, con una mirada cómplice. No existe ninguna sugerencia espacial pero la figura adquiere grandeza gracias a su gesto y a su trabajo. De esta manera se anticipa Goya al Realismo que se desarrolla en Francia a mediados del siglo XIX, exaltando la labor de los trabajadores. La pincelada empleada por el maestro es vigorosa, aplicando el óleo con fuerza y rapidez, interesándose más por lo que quiere expresar que por como lo hace.

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