lunes, 9 de noviembre de 2009

Retratos de la nobleza


La marquesa de Santa Cruz

El retrato de Joaquina Téllez-Girón y Pimentel. Goya la ha representado como una musa, tal vez como Erato, la musa de la poesía lírica.
La perfección deslumbrante de las relaciones tonales de esta composición, así como la técnica pictórica, que en este caso se puede considerar como un ejemplo modélico de la de Goya. Una costura vertical, en el centro, marca la unión de las dos telas empleadas para la composición, y craqueladuras grandes, en forma de tela de araña, producidas por la gruesa capa de la preparación que tira de la fina película pictórica, características de la pintura del siglo XVIII y de Goya en particular, se aprecian en mayor o menor medida en toda la superficie de la obra. La materia pictórica está aplicada aquí en algunas zonas en gruesos empastes, como en la gasa blanca del vestido, allí donde la iluminación es más fuerte, o en la corona de hojas de vid y racimos de uvas y en la frente de la dama. En otros lugares Goya ha utilizado, sin embargo, pinceladas cortas, delicadas y sutiles, que contienen una gran variedad de tonos, como en el rostro o en la mano derecha, elaborados con minuciosidad. Las pinceladas largas, ligeras, para las que el artista ha disuelto los pigmentos en el óleo, casi a modo de acuarelas, están reservadas para los carmines, púrpuras y malvas del diván y del cortinaje del fondo, que por su función y naturaleza están hábilmente elaborados de forma más sumaria.
Los ricos empastes, la ligereza de las pinceladas y la variedad de toques, no deben, desviar al espectador por su efectismo deslumbrante de la esencia del arte de Goya, que reside por encima de todo en su magistral sencillez y veracidad, que se manifiesta aquí de forma clara gracias al buen estado de conservación de la obra.



Conde Floridablanca

Cuando Goya le retrató estaba en la cumbre de su poder, presentándolo de pie, ciertamente distante y dirigiéndose al pintor que le presenta un cuadro. Tras el Conde encontramos otro personaje quizás el arquitecto Ventura Rodríguez diseñando los planos del Canal de Aragón que vemos esparcidos por el suelo-, una mesa cubierta con un verde tapete sobre la que se muestra un elegante reloj dorado que marca las diez y media y en la pared cuelga un retrato oval de Carlos III. Gruesos cortinajes cierran el espacio a excepción de la zona izquierda donde parece abrirse una ventana. Don José viste elegante traje en terciopelo rojo, chaleco y chorreras blancos, medias de seda, zapatos con hebillas doradas y la banda de la Orden de Carlos III cruzándole el pecho. Su inteligente rostro mira atentamente hacia el espectador, con cierto orgullo de su cargo. Los bordados y encajes de los trajes han sido perfectamente interpretados por un Goya que quiere hacer méritos y conseguir abrirse camino entre los nobles madrileños que pronto empezarán a encargarle retratos. Pero el maestro aragonés no olvidará mostrar también la personalidad de sus modelos, convirtiéndose éste en un rasgo identificativo de los retratos goyescos. El ambiente en el que se desarrolla la escena está excelentemente interpretado, existiendo cierta influencia de Velázquez al que el joven aragonés admira.


No hay comentarios:

Publicar un comentario