lunes, 9 de noviembre de 2009

Retratos de generales


Don José de Palafox

Palafox debió desear ser representado como general victorioso por Goya, quien, en diciembre de 1813, le escribe para anunciarle que su retrato está terminado. El cuatro de enero de 1814 el pintor agradece a su noble modelo los elogios que ha tenido a bien prodigarle y pide un «socorro» de 80 doblones. Las relaciones entre Palafox y Fernando VII no eran muy buenas, y la fortuna del primero, mediocre. No debía estar en condiciones de arreglar cuentas con el maestro entonces, ya que en 1831 Javier Goya escribe que el cuadro pintado por su padre se encuentra todavía en su poder. Aunque se dispone de numerosas fuentes documentales de las relaciones del héroe de Zaragoza con Goya, ya que este último escribirá a la Academia de San Fernando en octubre de 1808 que el general Palafox le ha llamado «par ver y examinar las ruinas de aquella ciudad con el fin de pintar las glorias de aquellos naturales», se tiene la impresión que, aquí, el artista se ha apartado de su vigorosa forma de tratar el retrato; el rostro de Palafox, curiosamente juvenil y soñador no cuadra con el porte triunfante del caballero y el caballo, admirablemente pintados. ¿Ha sido el maestro demasiado verídico? (¿No se ha reprochado a Palafox ser frívolo e imprudente?). O bien, por el contrario ¿ha preferido no llevar demasiados lejos la introspección psicológica por simpatía hacia su ilustre modelo? En cualquier caso, se trata del último retrato ecuestre hecho por Goya, y uno de los más bellos.



Manuel Godoy

Goya retrató a Godoy en 1801, después de la llamada Guerra de las Naranjas, episodio militar ocurrido entre mayo y julio de ese año en la frontera hispano-portuguesa, denominado de esa manera por el ramo de naranjas que Godoy envió a María Luisa al tomar la ciudad de Olivenza. Las banderas que contemplamos a la izquierda fueron capturadas al enemigo el 7 de julio. Godoy viste uniforme de Capitán General y aparece sentado, aunque levemente recostado, portando en su mano derecha un pliego de papel. Gracias a este triunfo obtendrá meses después el cargo de Generalísimo de los Ejércitos; tras él, aparece su ayudante de campo, que puede ser el Conde de Zepa. El fondo está ocupado por los húsares y oficiales de caballería con sus respectivas monturas. La luz crepuscular empleada por el maestro otorga mayor fuerza a la composición, en la que destaca el gesto y la pose del protagonista, sabedor de su control absoluto sobre el destino de los españoles. Gracias a la luz, Goya ha destacado aun más a don Manuel, resultando una escena totalmente áulica. En estos años iniciales del siglo XIX, Goya posee un estilo suelto que se detiene en los detalles y en las calidades de las telas, pero sin la minuciosidad preciosista de un Vicente López. Por eso, cuando estos retratos se contemplan de cerca, las manchas de color afloran a la superficie, resultando un espectáculo inigualable.

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