El entierro de la sardina.
En un primer momento, en el estandarte que ocupa el centro del cuadro aparecía la palabra «Mortus» sobre una forma indefinida, que podía ser la sardina. Esta palabra se hace eco de la que aparece en frases típicas de los estandartes de las procesiones del Viernes Santo (como Christus mortus est hodie) aunque, funcionando como parodia (como toda la tradición del entierro de la sardina), referiría a la muerte del ayuno cuaresmal, simbolizado por el pescado.
Sin embargo, toda esta serie de alusiones, desaparecen en parte al haber sustituido la palabra por una grotesca máscara sonriente, lo que la relaciona con las actitudes del grupo de personajes, bailando, y con máscaras. Aún así, el hombre que baila a la derecha viste, al parecer, hábito de fraile, con lo que se mantiene cierta parodia o sátira del estamento clerical. Además, las dos mujeres centrales que bailan eran, en el dibujo, unas monjas; en el cuadro definitivo esta identificación ha desaparecido. Solo son mujeres jóvenes con un maquillaje de fantasía que hace función de máscara. En todo caso de la parodia religiosa se ha pasado a la presencia sin más del baile, la fiesta, la risa y la diversión popular, como protagonista absoluto del cuadro. Otros personajes, como el situado a la izquierda más o menos disfrazado de jaque o soldado del siglo XVII y que blande una pica en dirección a una de las mujeres, remitiría al instinto indirectamente sexual desatado en esta fiesta. Están así presentes en forma grotesca las dos instituciones decisivas en la configuración de la sátira por parte del imaginario popular: el ejército, la fuerza; la moral, la iglesia.
En El entierro de la sardina predomina la luz sobre la sombra y la alegría frente al drama; lo mismo que lo distingue de la Casa de locos, la Procesión de disciplinantes y Auto de fe de la Inquisición, obras todas ellas que muestran una gama cromática limitada y cuyos asuntos no permiten la expansión festiva.
Sin embargo, toda esta serie de alusiones, desaparecen en parte al haber sustituido la palabra por una grotesca máscara sonriente, lo que la relaciona con las actitudes del grupo de personajes, bailando, y con máscaras. Aún así, el hombre que baila a la derecha viste, al parecer, hábito de fraile, con lo que se mantiene cierta parodia o sátira del estamento clerical. Además, las dos mujeres centrales que bailan eran, en el dibujo, unas monjas; en el cuadro definitivo esta identificación ha desaparecido. Solo son mujeres jóvenes con un maquillaje de fantasía que hace función de máscara. En todo caso de la parodia religiosa se ha pasado a la presencia sin más del baile, la fiesta, la risa y la diversión popular, como protagonista absoluto del cuadro. Otros personajes, como el situado a la izquierda más o menos disfrazado de jaque o soldado del siglo XVII y que blande una pica en dirección a una de las mujeres, remitiría al instinto indirectamente sexual desatado en esta fiesta. Están así presentes en forma grotesca las dos instituciones decisivas en la configuración de la sátira por parte del imaginario popular: el ejército, la fuerza; la moral, la iglesia.
En El entierro de la sardina predomina la luz sobre la sombra y la alegría frente al drama; lo mismo que lo distingue de la Casa de locos, la Procesión de disciplinantes y Auto de fe de la Inquisición, obras todas ellas que muestran una gama cromática limitada y cuyos asuntos no permiten la expansión festiva.
El juego de pelota a pala.
Goya realizó este gran cartón aproximadamente entre enero y julio de 1779; su destino era, como sus compañeros la Feria de Madrid o el Cacharrero, el dormitorio de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo. De hecho, sustituyó a el Ciego de la guitarra en el lugar que éste tenía destinado, debido a los problemas de ejecución ya comentados en esa obra.Se trata de una escena de la vida cotidiana, aunque no sea una feria como los demás cartones. Las figuras vuelven a marcar ese gusto por lo popular tan de moda en la época. Entre las de primer plano destaca el fumador, mientras que es preciso observar la distorsión en las del fondo, por la lejanía. La composición está muy bien estructurada, jugando con diagonales que se chocan, como las pelotas del juego, en la enorme pared del frontón. A su lado, se nos muestra posiblemente la sierra del Guadarrama. El colorido pardo empleado hace recordar a Velázquez, con cuya obra Goya se estaba poniendo en contacto por estos años. Rembrandt, Velázquez y la Naturaleza serán los maestros de Goya, según sus propias palabras.
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