Esta hermosa mujer va vestida de maja, según la moda popular femenina vigente a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Su esposo Antonio Porcel también fue retratado por Goya el mismo año (1806), como expresión de la gratitud del pintor por la hospitalidad recibida del matrimonio, seguramente en su casa de Granada. Porcel era protegido de Godoy, el favorito de la reina María Luisa, y socio de un amigo de Goya, el escritor y político liberal Jovellanos.
Goya debía de sentirse satisfecho con este retrato, porque lo exhibió en la Real Academia de San Fernando. La belleza y vivacidad de la retratada y el atractivo vestido, que no oculta el brillo de la seda debajo de la mantilla, están emparejados con la habilidad de Goya en la factura. En algunas de sus obras Goya incluyó mujeres para satirizar la locura y vanidad del sexo, pero el artista también fue capaz de dar una respuesta ante la visión de una mujer deslumbrante, segura de su belleza y posición. La dama, ataviada con la mantilla típica de las majas madrileñas, dirige la mirada hacia la izquierda, en un gesto muy chulesco pero totalmente naturalista. La belleza del rostro, con esas facciones grandes, el cabello rubio y los ojos claros, sitúa a este retrato entre los más populares al desear mostrar el aragonés la belleza española universal. Trabaja con una pincelada segura, lo que permite mostrar el encaje de la mantilla de fina transparencia, pero sin recurrir a detalles preciosistas que recargarían la imagen. El fuerte foco de luz que resbala por el pecho acentúa el elegante color negro de la mantilla. Pero será su inolvidable rostro lo que cautive al espectador.
La lechera de Burdeos
No hay comentarios:
Publicar un comentario