Aparición de la Virgen a San Julián.
Don Pedro de Lerena, Mayordomo y Secretario de Estado, vecino de la localidad madrileña de Valdemoro, decidió decorar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción con un conjunto de tres lienzos que fueron encargados en un primer momento a Mariano Salvador Maella. Tras fallecer sin ejecutarlos, decidió encargárselos a Francisco y Ramón Bayeu y a Goya. La Aparición de la Virgen a San Julián fue el tema que Goya representó en ese gran lienzo; muestra al santo Obispo de Cuenca - lugar de nacimiento de don Pedro - en el momento en el que la Virgen le entrega la palma del sacrificio por su defensa de la pobreza y la castidad. No en balde, el santo vivía de la realización de cestos , uno de los cuales vemos a medio tejer a sus pies. Elevando su mirada a María, va vestido como un Obispo, con la capa pluvial abierta, observándose tras él la mitra y el báculo. La Virgen viste con su tradicional túnica rojiza - símbolo del martirio - y su manto azul - símbolo de eternidad - coronada de rosas y con un rostro totalmente idealizado que contrasta con el naturalismo del santo. Precisamente la corona de rosas es una muestra de impresionismo por la soltura de la pincelada y el verismo de su representación, de igual manera que los bordados de la capa pluvial o la mitra. Sin embargo, el cesto exhibe una pincelada detallista, digna de un miniaturista. La composición se organiza en zigzag - muy habitual en el Barroco -, creándose un interesante efecto atmosférico gracias a la luz.
Última comunión de San José de Calasanz
El prior de las Escuelas Pías de San Antón de Madrid eligió a Goya para realizar un cuadro que decorase uno de los altares laterales de la iglesia del colegio. El maestro recibió 8.000 reales a cuenta y al recibir el segundo plazo, una vez entregado el lienzo, devolvió 6.000 reales como regalo al santo, junto a una obra religiosa titulada Cristo en el huerto de los Olivos. Este gesto demuestra el cariño de Goya a la comunidad religiosa en la que recibió sus primeras enseñanzas en su Zaragoza natal. El pintor recoge el momento de la última comunión de San José de Calasanz, quien estando muy enfermo en Roma decidió comulgar ,acompañado de sus alumnos y colaboradores, en la iglesia de San Pantaleón. La figura del sacerdote se inclina para introducir la Sagrada Forma en la boca del santo, que de rodillas recibe la luz divina que incide sobre su cadavérico rostro. Esa potente luz también ilumina el grupo de jóvenes y hace intuir las arquerías del templo en el que se desarrolla la escena. Goya se preocupa por mostrarnos el estado de misticismo del santo y las expresiones de recogimiento ante la futura muerte que aparecen en los rostros de los colaboradores del pedagogo. La oscuridad en la que destacan dichos rostros llama aun más la atención del espectador. Técnicamente, no deja de ser un obra admirable al emplear una factura rápida y libre pero sin desentenderse de una buena base de dibujo, como podemos apreciar en las dos figuras principales, de enorme carácter escultórico. Las tonalidades empleadas son muy oscuras -preludiando las Pinturas Negras- lo que hace destacar el blanco del hábito del sacerdote o el dorado de la casulla. Las luces, sabiamente situadas, otorgan un aspecto ligeramente fantasmal a la composición, organizada en dos planos para evitar distracciones y centrar la contemplación en el santo. Existen diversas hipótesis sobre la presunta influencia de Ribera en el esquema de la obra, pensándose también en Velázquez, aunque Goya ha demostrado suficiente frescura e inteligencia para realizar una escena de estas características sin buscar ninguna fuente de inspiración.
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